viernes, 26 de agosto de 2011

El perdón a Trautmann

Cada mañana despertaba encerrado en un pequeño terreno, donde compartía hogar con otros excompañeros suyos y se dedicaba a hacer las mismas labores cansadas y rutinarias. Se trataba del campo de concentración de Ashton-in-Makerfield, organizado por el Gobierno británico para prisioneros nazis. Y es que Bert Trautmann había sido miembro del batallón Odenwald de los paracaidistas de la Luftwaffe, y había luchado en la II Guerra Mundial para la Alemania de Hitler. A poco de finalizar la guerra cayó prisionero en manos británicas, y por ello permanecía en aquel campo.

Fue allí donde Trautmann empezó a jugar a fútbol, de mediocampista. Hasta que un día se lesionó y pidió jugar de portero. Empezó a destacar como guardameta. Tal vez, todo lo aprendido como paracaidista le ayudaba. Su profesión militar le había obligado a mantener una gran agilidad, una capacidad de decisión instantánea y grandes dosis de concentración. Además, ¿en qué posición del terreno de juego podría emplear mejor sus saltos? En aquellos momentos también se vivía cierto grado de apertura en Ashton. Las autoridades británicas intentaban reinsertar a los prisioneros con un programa de reeducación, una especie de “desnazificación”.

Una vez terminó el período de prisionero, Trautmann decidió quedarse en Inglaterra para continuar con su vida allí, y siguió jugando al fútbol. Fichó por un equipo de segunda división, el Saint Helens Town. Destacó tanto, que numerosos conjuntos de primera querían ficharlo… y el que se lo llevó fue el Manchester City. De pronto, saltó al primer nivel y, por supuesto, que hubiera sido un soldado nazi no le facilitaba las cosas. Al principio fue vejado e insultado, hasta por los hinchas de su equipo: “sanguinario nazi”, “criminal” o “Heil Hitler” eran algunas de las lindezas que le recordaban. No obstante, los estadios prácticamente se llenaban por la curiosidad de ver a aquel “prisionero nazi”.

Aguantó con entereza los insultos, empezó a cuajar buenas actuaciones como cancerbero y, poco a poco, se fue olvidando su pasado. Además, rehízo su vida casándose con una mujer inglesa y amoldándose al estilo de vida británico.

Pero el punto culminante de su carrera futbolística lo vivió en 1956. El Manchester City logró llegar a la final de la FA Cup, ante el Birmingham City. Su equipo ganaba 3-1, quedaban 15 minutos y sufrió un duro impacto en su cabeza con Murphy, jugador rival. Pese el dolor, Trautmann continuó en el campo y aún obró un par de intervenciones magistrales. Más tarde explicó que sólo veía una neblina, y que las hizo por intuición. El dolor era lógico, pues tenía una vértebra del cuello rota y otras cuatro dislocadas. Y, pese a eso, terminó el partido para darle la victoria a los suyos.

Ese mismo año, fue nombrado mejor jugador de la temporada. Fue la primera vez que se le daba tal mención a un futbolista extranjero. Todo un mito del fútbol inglés, Bobby Charlton, señaló que era el mejor portero al que se había enfrentado. Su trayectoria, mucho más tarde, tuvo un premio que era inimaginable para quien había sido un soldado de la Alemania nazi: en 2004, la reina Isabel le nombró oficial del Imperio británico. Desde luego, ya había sido perdonado.


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