sábado, 30 de julio de 2011

Parapenaltis Duckadam

Se dice que la salsa del fútbol es el gol. Es el objetivo del juego. Pero hay una sensación que supera el haber marcado un gol. Y esa es parar un penalti. En esa lucha el portero parte con desventaja. Es un disparo, uno contra uno, a once metros de la portería, cuyos 7,32 x 2,44 metros trata de cubrir el cancerbero. Por algo se le llama la pena máxima. Cuando se va a lanzar el penalti surgen los nubarrones oscuros sobre el equipo que lo recibe, que pone toda su fe en su guardameta. Si lo detiene, la amenaza de tormenta no sólo se diluye, sino que se transforma en un día radiante de sol. Ha pasado el mayor peligro de todos, en el que se daba por hecho el gol del rival.

Si todo ello ocurre en la tanda de penaltis decisiva de la final de la Copa de Europa, el momento puede ser brillante. Pero si, además, ocurre en los cuatro lanzamientos de tu rival, es algo sublime. Eso hizo Helmut Duckadam, el portero del Steaua Bucarest rumano en 1986, una actuación sublime. Detuvo todos los penaltis que le lanzaron los jugadores del FC Barcelona, y le valió para conseguir el título más deseado del continente.

Aquella final se jugaba en Sevilla, y el FC Barcelona era el completo favorito. El conjunto catalán no había ganado nunca el cetro continental, era una oportunidad de oro y la mayor parte del estadio Ramón Sánchez Pizjuán estaba cubierta por aficionados culés. El Steaua Bucarest parecía un simple invitado. Era un conjunto de una liga menor, que se consideraba que había llegado hasta ahí por una racha de resultados positivos ante equipos menores como el Vejle danés, el Kispest Honved húngaro y el Lahti finés, y una buena eliminatoria ante el Anderlecht belga. No obstante, contaba con futbolistas que posteriormente recalaron en España como Belodedici (Valencia, Valladolid, Villarreal), Lacatus (Oviedo) o Balint (Burgos), y por supuesto, con la gran estrella de la noche, Duckadam.



Después de un partido soporífero que acabó en empate a cero, se llegó a la tanda, fatídica para los catalanes. Urruti, el portero del Barcelona, detuvo el primer lanzamiento de los rumanos, de Majaru. La grada rugió. Los blaugrana se las prometían muy felices, se veían casi campeones. Pero Duckadam, en el siguiente lanzamiento de Alexanco, le adivinó su intención, y rechazó su disparo a su derecha y a media altura. Urruti paró también el segundo penalti del Steaua, a Boloni. Parecía que la final era del Barça. Y apareció de nuevo Duckadam, que por el mismo costado se lo paró a Pedraza. A partir de ahí el estadio quedó en silencio. Lacatus reventó el balón para adelantar al Steaua, y Duckadam, casi de manera idéntica que en los otros dos penaltis, también se lo paró a Pichi Alonso. Urruti no pudo seguir el ritmo, y Balint hizo el dos a cero. Si Duckadam obraba la proeza de detener el cuarto del Barcelona, la Copa de Europa marcharía por primera vez (y hasta ahora la única) a la tierra de Drácula. Lanzó Marcos, al lado contrario que sus tres compañeros, pero hasta allí también llegaba Duckadam. Los gritos de alborozo de los jugadores rumanos y, sobre todo, de su portero, rompían el silencio de la grada y destrozaban el sueño de los miles de barcelonistas desplazados hasta Sevilla.

Fue la noche de gloria de Duckadam, que no pudo continuar sus éxitos. Unas extrañas circunstancias privaron al portero de continuar creciendo en su carrera, con tan sólo 27 años. La versión oficial habla de una trombosis en su brazo derecho que le apartó momentáneamente del fútbol. La extraoficial cuenta que el hijo del dictador Ceaucescu mandó destrozarle los dedos de ambas manos por no querer entregarle el Mercedes que presuntamente le había regalado el presidente del Real Madrid, Ramón Mendoza, por impedir al FC Barcelona ser el campeón de Europa. Pero nunca le pudieron robar la gloria de aquella noche sevillana del 7 de mayo de 1986.

martes, 26 de julio de 2011

Jesús Castro, héroe en el mar

Cuando hablamos de porteros, solemos calificar de “heroicidades” a penaltis parados, rechazos a bocajarro o actuaciones espectaculares. Sin embargo, esta definición realmente carece de sentido, pues el fútbol tan sólo es un juego en el que se gana o se pierde. Como bien dijo el entrenador italiano Arrigo Sacchi, “el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes”. Pero el que fue portero del Sporting, Jesús Castro, sí que fue un héroe de verdad, de los que hizo algo realmente importante. Un niño inglés y el mar dieron buena cuenta de ello.

Jesús Castro era el hermano de Quini, gran goleador de los años 70 y 80 en el Sporting de Gijón, el FC Barcelona y la selección española. Llegó a disputar 13 temporadas en Primera División como cancerbero del Sporting, fue dos veces subcampeón de Copa y estuvo a punto de ser campeón de liga con el equipo asturiano. Pero el partido más importante de su vida le llegó mucho más tarde.


Nueve años después de retirarse, el 26 de julio de 1993, Jesús disfrutaba de un día plácido con su familia en la playa de Pechón, en Cantabria. Desde la orilla, divisó los aspavientos de varios brazos en el agua. Vio que alguien corría peligro y no lo dudó un instante, acudió en su búsqueda. Se trataba de un niño inglés al que la corriente le había sorprendido. Consiguió salvarle la vida. Pero su heroicidad pagó un precio muy alto. Mientras se completaba la operación de rescate del pequeño, él seguía en el agua. Nadie se dio cuenta de que estaba agotado, y el mar acabó llevándose su vida por delante, a sus 42 años.

Ahora, 18 veranos después de aquella hazaña, un joven británico puede disfrutar de su juventud gracias a la valentía de Jesús Castro, que acabó dando su vida por la de un desconocido. Aquella sí fue una gesta digna de quedar en los anales de la historia del fútbol. Descanse en paz.

lunes, 25 de julio de 2011

La temeridad de Higuita

Eran los octavos de final del Mundial de Italia en 1990. Colombia se enfrentaba a Camerún, y partía como favorita para meterse en cuartos ante el conjunto africano. El equipo cafetero venía sorprendiendo con un fútbol atractivo, con el que había conseguido empatar a la República Federal Alemana, a la postre campeona, en un encuentro épico para clasificarse en la fase de grupos. Y uno de los ejes de aquella Colombia era su portero René Higuita. Pero precisamente en aquel partido… erró estrepitosamente.

Por aquel entonces, Higuita, con 23 años tan solo, destacaba en el fútbol sudamericano. Con él en la portería, el Atlético Nacional había logrado en 1989 la primera Copa Libertadores para un equipo colombiano. Es más, la ganó en los penaltis, con Higuita de protagonista. La temporada siguiente, en la Copa Intercontinental, obró una actuación prodigiosa manteniendo a su equipo con vida hasta el último minuto de la prórroga ante el todopoderoso Milan de Arrigo Sacchi, que le hizo abrir los ojos a los equipos europeos. Sin embargo, sus buenas actuaciones bajo palos tenían un pero muy grande: sus excentricidades. Era tan capaz de parar una pena máxima decisiva como de salir fuera del área con el balón en los pies e intentar regatear a un rival. En ocasiones, era una habilidad para salir con el balón jugado desde atrás; en otras, una temeridad que podía tener resultados funestos.



Aquella cita en el estadio de San Paolo de Nápoles era una oportunidad histórica para Colombia. Pero el orden defensivo camerunés consiguió maniatar a una selección que contaba con jugadores talentosos como Valderrama, Freddy Rincón o Leonel Álvarez. Llegó la segunda parte de la prórroga y Camerún ya ganaba por uno a cero. Entonces, en el minuto tres, llegó la jugada maldita. Higuita y el defensa Perea iniciaban la jugada fuera del área. El veterano delantero Roger Milla se acercó a presionar a Perea, éste le pasó el balón a Higuita, que intentó regatear al camerunés para seguir con el control del esférico. Pero esta vez no lo consiguió. Milla le robó el balón y marcó el segundo en su cuenta particular que prácticamente sentenciaba el encuentro. Los colombianos aún recortaron distancias con un gol de Redín, que sólo sirvió para estigmatizar aún más el fallo de Higuita, puesto que sin él habrían conseguido empatar.

Su seleccionador Pacho Maturana lo defendió y le siguió otorgando su confianza. Pero esa temeridad provocó que ningún grande europeo se fijara en él, en un tiempo en el que las plazas de extranjeros en las plantillas europeas estaban muy limitadas. Fichó por el Valladolid, pero sus actuaciones no fueron afortunadas y volvió a su país a mitad de temporada.

Aquella jugada fue un reflejo evidente de que no era un portero convencional. Sus excentricidades se sucedieron durante el resto de su carrera. Reconoció que mantenía una relación de amistad con el narcotraficante Pablo Escobar y le visitó en la cárcel. Estuvo más de seis meses entre rejas por mediar en la liberación de un secuestro, perdiéndose así el Mundial de Estados Unidos de 1994. Dio positivo en un control de dopaje por cocaína. Participó en un reality show en la televisión de su país. Y recientemente dijo que se presentaría a la alcaldía de Guarne, donde reside.

Pero para los románticos futboleros, dos detalles. Es el tercer cancerbero que más goles ha marcado en la historia en partidos oficiales, con 44. Y, por supuesto, la que para muchos es la jugada más espectacular de la historia: la parada del “escorpión”, en Wembley en un amistoso ante Inglaterra. Un detalle nimio, el propio Higuita reconoció tiempo más tarde que pensaba que la jugada estaba anulada por fuera de juego. Tal vez, aquel día no quería ser tan temerario.


jueves, 21 de julio de 2011

Surgieron los porteros, y evolucionaron

¿Sabían que en los albores del fútbol moderno no había porteros? No fue hasta 1871 cuando aparecieron por primera vez en el reglamento. Y es que anteriormente nadie podía tratar de impedir el gol con las manos. Hasta ese momento no se contempló la posibilidad de que hubiera alguien predeterminado en el terreno de juego para defender la portería.

Desde que se creara, la figura del portero ha sufrido distintos cambios en cuanto a sus funciones. Así, en 1878 comenzó a permitirse que pudieran tocar el balón con la mano también fuera del área. No fue hasta 1912 cuando se impidió de nuevo, ya que les permitía tener mucha ventaja respecto al resto de jugadores. A partir de entonces ya podemos imaginarnos a los cancerberos más o menos como son ahora. Aunque, evidentemente, la técnica ha ido perfeccionándose a medida que el juego ha ido evolucionando.

En su origen, estos cancerberos se caracterizaron por vivir “bajo palos”. Respondían a un tipo de guardamenta que básicamente defendía el arco en la línea de gol y que apenas se hacían responsables del juego si el balón no se acercaba a la portería. Fue a finales de los 50 y comienzos de los 60 cuando se comenzó a modernizar la técnica del portero, y fue el soviético Lev Yashin quien protagonizó tal cambio. Así, “la araña negra” utilizó su envergadura para comenzar a dominar toda el área, sobre todo el juego aéreo.

Ya en los años 70 surgió de la escuela argentina de arqueros el “Pato” Fillol. El célebre guardameta argentino fue el reflejo de una generación que dio un paso adelante, y no sólo figurado. Empezaron a jugar ligeramente más adelantados. Provocaron que los atacantes tuvieran menos ángulo para disparar y también consiguieron mejorar en el uno contra uno, ya que le daban menos tiempo y espacio al delantero para rematar.




En cuanto al juego con los pies de los porteros, hay tres momentos claves. El primero se da en la década de los 40, cuando Barbosa, el malogrado cancerbero de Brasil, comenzó a sacar de puerta, ganando un jugador en el campo al iniciarse el juego. A continuación, el adelantamiento en la colocación propiciado por la escuela argentina en los 70 provocó que los porteros salieran fuera del área y se vieran obligados a manejar el balón con cierto criterio.

El gran paso se dio en la década de los 90, con la introducción de la norma de la cesión. Esta regla impide que los guardametas puedan coger el balón con la mano cuando un compañero suyo se lo cede voluntariamente con el pie, aunque se encuentre dentro del área. De este modo, los porteros ya tenían la obligación de tener un buen dominio de la pelota con el pie. El paradigma de esta nueva faceta podemos encontrarlo actualmente en Víctor Valdés, el portero del FC Barcelona, un equipo cuyo estilo de juego obliga a no rifar el balón, y a sacarlo jugado desde la propia portería.

lunes, 18 de julio de 2011

Muslera y Villar cambian el rumbo

Este fin de semana las selecciones de Argentina y Brasil cayeron eliminadas en los cuartos de final de la Copa América. Los que deberían haber sido los partidos de Messi, Higuaín, Neymar o Robinho, se convirtieron en las hazañas de Fernando Muslera y Justo Villar, porteros de Uruguay y Paraguay, que fueron determinantes para dar el pase a los suyos. Tanto Muslera como Villar hicieron dos partidos excelentes, y no sólo en los 90 minutos de rigor, sino también en sus respectivas prórrogas. Y, por supuesto, en los decisivos penaltis.

El uruguayo, que la pasada temporada jugó en el Lazio pero que ya ha fichado por el Galatasaray turco, consiguió mantener a raya las intentonas de una delantera cuyos nombres dan pavor a la defensa contraria: Messi, Higuaín, Tévez, Agüero, Di María, Pastore… No pudo hacer nada en el gol que encajó, obra de Higuaín, pero éste no fue suficiente para mandar a los charrúas a casa puesto que Diego Pérez los había puesto por delante. Su actuación le valió para que la prensa lo considerase el “héroe de Uruguay”.





Por su parte, Justo Villar se convirtió en un auténtico muro para la línea ofensiva brasileña. Tanto destacó que alguno de sus compañeros señaló después que el cancerbero guaraní era “una leyenda”. Dentro de un planteamiento conservador de su técnico, Tata Martino, desbarató una y otra vez las ocasiones de Robinho, Neymar, Lucio y compañía. Con la colaboración de sus defensas, que sacaron el balón de la línea de gol en dos ocasiones, y de los postes, llegó a desesperar a los cariocas, que no lograron ver puerta ni en el partido, ni en la prórroga, ni en la tanda de penaltis.




Aún así, sus exhibiciones tuvieron un momento clave y decisivo, sin el cual no hubieran servido de nada: los penaltis. Ambos se encontraban calientes y más metidos en el partido que sus rivales. Los cancerberos de Argentina y Brasil, Romero y Julio César, apenas habían tenido que aparecer en sus encuentros. El hecho de haber tenido que mantenerse activos durante todo el partido por las acometidas rivales les hizo estar más concentrados y preparados.



De maneras muy diferentes obraron sus milagros. Los argentinos comenzaron bien en sus lanzamientos, pero Muslera aprovechó el desliz de Tévez. Sus compañeros de la celeste no erraron y dejaron en la cuneta a Argentina en su propio país, emulando el mítico “Maracanazo” a Brasil que justo se había producido 61 años antes. Mientras tanto, Villar ya les había comido la moral a los brasileños, que no encontraron el hueco ni para marcar un penalti. Fallaron los cuatro; tres los mandaron fuera, y en el otro, el paraguayo adivinó la intención de Thiago Silva.

Ni Brasil ni Argentina, los grandes favoritos, estarán en las semifinales de la Copa América. Esto supone un nuevo rumbo en la cita sudamericana. Y el mérito, que no la culpa, la tuvieron dos porteros que no suelen acaparar las portadas: Fernando Muslera y Justo Villar.

sábado, 16 de julio de 2011

La desgracia de Barbosa

Hace hoy 61 años se produjo el famoso “Maracanazo” del Mundial de Brasil de 1950. En aquella ocasión, el título no se decidía en una final, sino en una liguilla entre cuatro equipos, pero el último partido, en aquel 16 de julio, entre Brasil y Uruguay, era el definitivo que dictaba sentencia. Con un país entero volcado a sus espaldas, con casi 200.000 personas en el estadio de Maracaná, con un favoritismo absoluto por las goleadas con las que llegaba a aquel encuentro, Brasil no podía dejar escapar un torneo que ganaría con sólo un empate. Pero una jugada fatal le arrebató el título en favor de Uruguay… y dejaría marcado para siempre a su portero, Moacir Barbosa.

Corría el minuto 83, el marcador era de empate a uno. El uruguayo Ghiggia se había zafado de su defensor y se adentraba en el área por la banda derecha. Barbosa intuyó que iba a centrar, tal y como había hecho en el gol del empate, y dio un paso a su derecha para interceptar el pase. Pero Ghiggia lanzó a gol, por el primer palo, y pese a la reacción de Barbosa, que llegó a tocar el esférico, éste acabó en el fondo de las mallas. Maracaná quedó en silencio. La tragedia se consumaba y Brasil, que había goleado 4-0 a México, 2-0 a Yugoslavia, 7-1 a Suecia y 6-1 a España, y tan sólo había cedido un empate con Suiza (2-2), perdía en casa su Mundial. Tal fue la magnitud del drama para la sociedad brasileña que se llegaron a contabilizar numerosos suicidios de aficionados cariocas. Y todos los dedos apuntaron a un culpable: el portero Barbosa.





Sin embargo, hasta el momento, las crónicas señalaban a Barbosa como un gran cancerbero. De hecho, fue nombrado, pese a aquella jugada, el mejor portero del torneo. Además, su dilatada carrera guarda otras peculiaridades, como que fue el primer guardameta negro de la selección brasileña o que fue el primero en sacar con el pie de portería. Además, en su palmarés aparecen cinco torneos Estaduales (campeonatos del país) y un Campeonato Sudamericano de Campeones (antecedente de la Copa Libertadores). Pero, pese a su magnífica trayectoria, nunca le perdonaron aquel mal trance.


Ya habían pasado 44 años de aquel partido, en 1994, y Barbosa se disponía a visitar a la concentración carioca previa al Mundial de Estados Unidos. Pero le prohibieron la entrada con estas palabras: “Llévense lejos a este hombre, que sólo trae mala suerte”. A Barbosa no le quedó otra opción que resignarse: “La pena más alta en mi país por cometer un crimen es de 30 años. Yo llevo 45 pagando por un delito que no cometí”, recordó.

El 8 de abril de 2000 falleció a los 79 años de edad, sumido en la pobreza después de pasar los últimos años de su vida cuidando del césped del estadio donde vivió uno de sus momentos más amargos, Maracaná.

martes, 12 de julio de 2011

Conejo abrió el camino

El Levante UD presentó la semana pasada a su nuevo portero, el costarricense Keylor Navas, que el año pasado militó en el Albacete, en segunda división. Pero no es el primer cancerbero de Costa Rica que defiende una portería de primera en España. Precisamente, en las mismas tierras manchegas donde se ha dado a conocer Navas, aterrizó Luis Gabelo Conejo para deslumbrar a sus aficionados.

En 1990, después de una amplia carrera en el fútbol de su país, en el AD Ramonense y el Club Sport Cartaginés, Conejo, a sus 30 años, tenía su primera gran oportunidad para darse a conocer en el panorama futbolístico internacional. La selección de Costa Rica se había clasificado por primera vez en su historia para la fase final de un Mundial, el de Italia, y él era una de las claves de aquel equipo. Sus rivales de grupo serían Escocia, Brasil y Suecia, y se suponía que sería la cenicienta del grupo y que, por tanto, su andadura sería corta. Pero no fue así. En su debut, los “ticos” y sobre todo Conejo sorprendieron con una victoria ante Escocia en Génova. El guardameta mantuvo el orden de su defensa, consolidó su envergadura con un gran dominio del juego aéreo ante los altos jugadores escoceses e incluso mostró su dote de reflejos con algunas intervenciones casi prodigiosas. Esta actuación le valió a los suyos para debutar en un Mundial con una victoria y con la portería a cero.



Cinco días después, la lógica se impuso y Costa Rica cayó ante Brasil por 1-0, no sin hacer sufrir a toda una selección cuya delantera estaba formada por Careca y Muller, y en cuyo banquillo esperaban nada más y nada menos que Bebeto y Romario. En la última jornada de la fase de grupos, el conjunto centroamericano logró darle la vuelta al marcador ante una decepcionante Suecia (2-1) y clasificarse, de forma histórica, para octavos de final. Sin embargo, Conejo sufrió un golpe en su gemelo, se lesionó y se vio obligado a perderse la eliminatoria ante Checoslovaquia, que dejaría en la cuneta a su equipo (4-1).


Su gran actuación mundialista, con sólo dos goles encajados en tres partidos, le sirvió para dar el salto a Europa. Pese a que mantuvo contactos con el Torino italiano, acabó en la segunda división española, en el Albacete. Pero había sido engañado. Él creía que iba a un equipo filial del Real Madrid, y los manchegos no lo eran. De pronto, se vio en un equipo recién ascendido a segunda, que a priori iba a luchar por la permanencia. Sin embargo, de la mano de Benito Floro, no sólo se salvó sino que obró el milagro de ascender a la máxima categoría del fútbol español por primera vez en su historia. Era un nuevo hito en la carrera de Conejo, que se culminaría con tres temporadas en primera, en las que fue uno de los símbolos de aquel “Queso mecánico” que estuvo a punto de clasificarse para competiciones europeas.

Ahora, veinte años después del debut del primer portero costarricense que ha tenido la liga española, Keylor Navas tomará la alternativa en el Levante. Los primeros pasos los dio Conejo. Si consigue seguirlos, a buen seguro que tendría éxito. Pero no es una tarea fácil. 

http://www.plus.es/videos/Futbol/Fiebre-Maldini-Conejo-manos-Costa-Rica/20090202pluutmftb_8/Ves/">http://www.plus.es/videos/Futbol/Fiebre-Maldini-Conejo-manos-Costa-Rica/20090202pluutmftb_8/Ves/

jueves, 7 de julio de 2011

¿Por qué guardameta?

Todo el que haya sido portero he tenido que responder por lo menos una vez a esta pregunta: ¿por qué te hiciste portero? Y cada uno guarda una historia detrás, que es la que le ha marcado para ocupar una demarcación tan especial dentro del terreno de juego.

Cuando apenas levantaba poco más de un metro del suelo ya empezaba a disfrutar del balón en el colegio, la playa, el parque… incluso en el pasillo de casa con una pelota de trapo. Cualquier sitio con apenas espacio y algo que hiciera de esférico, aunque no era necesario ni que fuera redondo, servía de excusa para poder jugar. Pero aún no me imaginaba que lo que más me gustaría sería estar bajo los palos de la portería.

En una ocasión, con tan solo seis años, en el colegio me tocó ponerme de portero… y no es que me apeteciera mucho en aquel momento. La portería era una pared; los postes, dos pilares que sobresalían ligeramente; el larguero, digamos que se sostenía en aquella magnífica frase de “ha sido alta”. El suelo era de cemento, nada apropiado para lanzarse al suelo. No era el mejor escenario para estrenarse como cancerbero. Sin embargo, chutaron dos balones complicados, y me lancé sin miedo a pararlos, y tuve éxito en mi labor. La alegría de mis amigos por conseguir tal hazaña me hizo crecer en autoestima hasta límites insospechados. Me sentí un pequeño héroe, un gigante de tan sólo poco más de un metro y veinte centímetros.


Fue la primera vez que sentí que quería ser portero. Pero no ponerme en la portería, sino ser portero. Con todas sus consecuencias. Aunque haya tenido que pasar por insufribles campos de tierra con los costados hinchados de tanto tirarme al suelo. Aunque haya sufrido goleadas de rivales muy superiores que han hecho que una y otra vez recogiera el balón de la red. Aunque sepa que es muy difícil que pueda saborear las mieles de marcar un gol. Aunque mi tarea en algunas ocasiones sea recibir un doloroso balonazo allá donde pueda ser más doloroso. Pese a todo ello y mucho más, me vale la pena. Porque parar ese balón que quiere besar las mallas y conseguir así el suspiro de tus compañeros es una sensación única. Y veinte años después, para mí, sigue siéndolo.

lunes, 4 de julio de 2011

Haritz, portero del Margatània FC

Justo entre Barcelona y Tarragona, 46 kilómetros al sur de la primera y 44 al norte de la segunda, se encuentra Vilanova i la Geltrú. Y entre sus alrededor de 60.000 habitantes hay un pequeño club de fútbol, el Margatània FC… que cuenta en uno de sus equipos con una de las historias más particulares de toda Europa. Su prebenjamín, compuesto por niños de 6 y 7 años, ha completado la temporada con sólo un gol a favor, y 271 en contra. Muchos pensarán en el solitario tanto que han marcado… pero, ¿qué hay de los 271 recibidos? Para poder encajarlos y aguantar toda la temporada así… está claro que hay que querer ser portero.

El cancerbero del Margatània FC es Haritz, y con su camiseta de color naranja, sus guantes rojos y blancos y su pantalón largo y oscuro, durante el último año ha tratado de que su equipo reciba el menor número de goles posibles. En su mejor día fueron once, según define su entrenador. El peor, nada más y nada menos que 27. No obstante, su rostro sigue reflejando ilusión por defender sus colores y, sobre todo, su condición de guardameta.



“Pues mira, un dia vaig anar al meu terreno que tinc i vaig descubrir aleshores la porteria i el ser porter. Algunes vegades no la agafo amb les mans, però algunes vegades m’en recordó i la agafe amb les mans. Però no em fa por la pilota. Lo que m’agrada és parar-me les pilotes i ja està. Sí, tinc molta feina”. (“Pues mira, un día fui al terreno que tengo y descubrí entonces la portería y el ser portero. Algunas veces no la cojo con las manos, pero algunas veces me acuerdo y la cojo con las manos. Pero no me da miedo la pelota. Lo que me gusta es paras las pelotas y ya está. Sí, tengo mucha faena”.)

Así lo explica Haritz, entre la resignación de quien sabe que recoger el balón de sus mallas es una rutina, y el orgullo de quien se siente alguien especial en el equipo: el portero.

En fin, Haritz, pese a esos 271 goles encajados, es todo un ejemplo.

l'equip petit from el cangrejo on Vimeo.

viernes, 1 de julio de 2011

Casillas, un portero con "suerte" (II)

Los inicios en la carrera de Iker Casillas ya quedaron marcados por responder de la manera más eficiente en los momentos claves. Su futuro profesional no iba a ser menos, y su magnífica respuesta a las oportunidades inesperadas que se le presentaron después le alzaron hasta lo que es ahora. 

El año 1999 supuso el gran primer salto de Iker Casillas. Después de haber participado en la victoria en el Mundial sub-20 en Nigeria, tendría su primera gran oportunidad en el Real Madrid. El 12 de septiembre el conjunto merengue visitaba San Mamés para enfrentarse al Athletic de Bilbao. La lesión de Bodo Illgner en el calentamiento provocó que John Benjamin Toshack alineara como titular al de Móstoles. El encuentro acabó con empate a dos, Casillas no tuvo su mejor partido e incluso se le pudo achacar que podía haber hecho algo más en el gol de Julen Guerrero de falta directa, por el palo que cubría el cancerbero. Para ayudarle a aguantar la presión de su debut, el capitán Fernando Hierro se encargó de realizar los saques de puerta. Aún así, y pese a los nervios, demostró una buena dote de reflejos.



Cuando en los siguientes partidos, Toshack dio la alternativa al argentino Albano Bizarri en la portería, parecía que el futuro de Casillas en el equipo blanco podría quedarse en agua de borrajas. Pero el 17 de noviembre de ese mismo año se dio un nuevo giro. Lorenzo Sanz, presidente del club, destituyó a Toshack por los malos resultados de un equipo que debía aspirar a todo y en la jornada 11 iba octavo, y por unas polémicas declaraciones en que señalaba que antes que él rectificara pasaría un “cerdo volando por encima del Bernabéu”. Precisamente, uno de los jugadores que estaba siendo más criticado era Bizarri. Vicente del Bosque, técnico de la casa, se hizo cargo del equipo, y aunque al principio contó con el argentino en la portería… acabó relevándolo por Iker, al que conocía por su formación en la cantera madridista.  

Casillas respondió a esa confianza y se ganó la titularidad a sus 18 años mostrando sus espectaculares reflejos, sobre todo en los mano a mano, y se ganó al aprecio de su afición. No sólo eso, cuajó una temporada magnífica con 26 goles encajados en 27 partidos jugados, y ganó con su equipo la Liga de Campeones. Es más, fue convocado por José Antonio Camacho como tercer portero de la selección española para la Eurocopa de Bélgica y Holanda, y debutó junto a Gerard en un amistoso ante Suecia en Estocolmo, donde el combinado español empató a uno.

En poco menos de un año, Iker había pasado de estar jugando un Mundial sub-20 y de ser una joven promesa del fútbol español, a ser el portero titular del Real Madrid, ganar la Liga de Campeones e ir convocado con la selección a la Eurocopa. Sin duda, las circunstancias y su preparación habían jugado a su favor.